Este texto es parte del artículo "Maestros" que apareció en la revista Kireei magazine 7 (otoño 2015).
“¡El Roure Gros!”. Esta ha sido una respuesta
bastante habitual cuando he visitado escuelas innovadoras o he conocido a
maestros con ganas de cambio y me he interesado por sus referentes. Carme,
directora primero y más tarde jefa de estudios del Roure Gros hasta poco antes
de su jubilación, trabajó en esa escuela durante 34 años y fue la impulsora de
su proyecto de centro, basado en la ciencia. Es el tipo de persona capaz de
enseñar conceptos científicos y matemáticos de manera improvisada con una
piedra encontrada al azar al lado del camino, de crear el ambiente propicio
para que los niños se hagan preguntas y deseen responderlas en medio de
cualquier situación cotidiana. La experiencia de muchos años dando clase se
nota, pero lo que más destaca es una actitud curiosa e inquieta.
Conocí a Carme en una reunión con amigos
comunes. Yo ya había oído hablar de ella pero no me imaginaba la cantidad de
horas que podía estar escuchándola y aprendiendo de su experiencia, de sus
ideas y de sus propuestas sin cansarme. Descubrí a una persona vital y
entusiasta que respondía a todas las preguntas que se le hacían con sentido
común, optimismo y generosidad. Desde luego, no parecía en absoluto jubilada de
nada, su conversación no giraba exclusivamente en torno al pasado sino también
al presente y al futuro. “Que el Departament me haya jubilado por edad no
significa que yo me haya jubilado de mi profesión”, ha dicho en alguna ocasión.
Por eso continúa colaborando con escuelas que quieren hacer cambios en el mismo
sentido que ella defiende, se dedica a la formación de otros docentes e incluso
recibe a grupos de niños que quieren hacer trabajos de investigación
científica.
Carme estudió magisterio y empezó a trabajar a
los 18 años en una escuela pública como tutora de un grupo de 59 niños. Fue una
buena experiencia pero se dio cuenta de que necesitaba formarse más para ser la
maestra que quería ser, por eso empezó a estudiar psicología. Durante el cuarto
curso pudo compaginar los estudios con la docencia en una escuela de educación
especial con un equipo fantástico y unos niños y niñas que la ayudaron a
comprender cuál era su función como maestra. Cuando solamente le faltaban dos asignaturas
para obtener el título decidió dejar la carrera porque eran asignaturas
prácticas incompatibles con su horario de trabajo. La decisión fue fácil: no
buscaba un título sino aprender a ser mejor maestra, y eso se lo ofrecía la
escuela.
Luego trabajó en otros centros, tuvo a sus dos
primeros hijos, e intentó montar una escuela por su cuenta. Fue Loris
Malaguzzi, en una visita a Reggio Emilia, quien la convenció de que para llevar
a cabo su ideal debía trabajar en la escuela pública. Así lo hizo y después de
dos años en dos escuelas de Vic, llegó a Santa Eulàlia de Riuprimer, al Roure
Gros, de donde ya no se movería hasta la jubilación.
Cuando le pregunto por el cambio que ha
experimentado el sistema educativo en todo este tiempo afirma que ha cambiado
muchísimo y casi todo en positivo, como no podía ser de otro modo ya que ella
empezó bajo el franquismo. Pero incluso en las peores condiciones siempre han
existido buenos maestros y buenas escuelas; una cosa es el sistema y otra los
profesionales. Sin embargo, se lamenta de lo despacio que va todo, y de que a
menudo se confunda lo esencial con lo superfluo, se banalicen ideas profundas y
a veces falte la coherencia necesaria entre el discurso y la acción.
Carme detecta muchas ganas de innovar pero también
miedo de llegar al fondo, inseguridad. El discurso de la mayoría de maestros
que conoce le parece muy interesante y esperanzador, pero la práctica es
difícil.
Por otra parte, Carme opina que la
administración debería cambiar la provisión de plazas de la escuela pública. Es
muy difícil formar equipos coherentes y luchadores cambiando cada curso una
gran parte del personal. Muchas escuelas luchan haciendo formación constante
dentro del equipo que un año está y al siguiente se rompe. Los equipos directivos
se ven sobrepasados por esta situación y tienen muchas dificultades para llevar
a cabo un proyecto pedagógico coherente.
Carme confía en la fuerza de la gente para
llevar a cabo los grandes cambios, no en las leyes que, en todo caso, cambian
después. En este momento percibe bastante movimiento de maestros, familias,
asociaciones, investigadores, y ve posible que los cambios se produzcan. “Ojalá
sea para el bien de los niños y las niñas, y de la sociedad en general”.
Ilusión por aprender“Uno de los objetivos centrales de mi trabajo ha sido transmitir ilusión por aprender a todos los niños y niñas que he tenido en la escuela, independientemente de cuáles fueran sus capacidades, procedencias, estatus, historias familiares... He buscado conseguir su implicación y el esfuerzo necesario que los lleve a encontrar el "placer intelectual", que los empuje a querer seguir aprendiendo a lo largo de toda la vida. He intentado mantener la coherencia entre mis ideas y la práctica, esto me ha llevado a analizar constantemente la acción y en muchos momentos me he topado con la incomprensión de algunos compañeros por la exigencia que ello supone. Me hubiera gustado ser capaz de ilusionar tanto a los niños como a los compañeros y no siempre lo he conseguido.”
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