Este texto es parte del artículo "Maestros" que apareció en la revista Kireei magazine 7 (otoño 2015).
Hace un par de años conocí a Joan Girona en un
curso de formación para el profesorado. El curso se llamaba “Una escuela para
todos. Acoger e incluir para evitar desigualdades”. Joan impartía el curso y
hablaba desde la experiencia pero también desde una sensibilidad y un
posicionamiento ideológico muy concretos.
En su juventud Joan no había tenido un interés
especial en ser maestro, estaba demasiado implicado en la lucha clandestina
antifranquista y no le preocupaba de qué iba a trabajar. Su compañera le animó
a dedicarse a la docencia. Licenciado en Historia y Filosofía, en 1974 no hacía
falta ninguna formación complementaria para ser maestro, y así se incorporó a
una escuela. Aprendió el trabajo de maestro junto a sus compañeros en el Camp
de la Bota y la Mina, barrios con importantes problemáticas sociales de
Barcelona, a lo largo de 13 años. Posteriormente fue nombrado director del
Programa de Educación Compensatoria del Departament d’Ensenyament, periodo en
el que pudo conocer escuelas de toda Cataluña con alumnado en riesgo de
exclusión. Dejó el puesto por incompatibilidades con la directora general, que
consideraba que el riesgo social era un tipo de “necesidad educativa especial”.
Durante un tiempo fue psicopedagogo y después
director del instituto Badalona-9, de donde fue destituido como castigo por las
protestas que habían organizado contra la guetización del centro. Su último
destino antes de la jubilación fue como psicopedagogo en el instituto Francisco
de Goya, en el barrio del Guinardó, cerca de su casa y, por primera vez, un
destino con alumnado de clase media y “buena fama”, sea lo que sea que eso
significa.
Mientras asistía al curso yo no sabía nada de
todo esto. Pero sí veía a alguien con una gran sensibilidad, enormemente
preocupado por la compensación de las desigualdades sociales.
Al igual que Carme, Joan está jubilado pero no
se ha jubilado del todo. Sigue colaborando con institutos de secundaria y con
asociaciones e instituciones que se lo piden. También escribe artículos y
recientemente ha publicado un libro de memorias, “Vaig començar a anar a escola
als sis anys. Memòries d’un mestre” (“Empecé a ir a la escuela a los seis años.
Memorias de un maestro.”) publicado por Associació de Mestres Rosa Sensat.
Sin embargo, su visión sobre la evolución del
sistema educativo en todos sus años en activo no es tan optimista como la de
Carme. En su opinión, a lo largo de sus 40 años de maestro ha tenido lugar una
subida y luego una bajada. Con la llegada de la democracia todo empezó a
mejorar, aunque la LOGSE fue una buena ley muy mal aplicada. Pero
posteriormente ha habido un retroceso social en cuanto a derechos y recursos,
en el cual la escuela ha perdido mucho. A su entender, el cambio más importante
ha sido el papel de las familias: ahora tienen menos tiempo para dedicarlo a
sus hijos y eso se nota. Hay más libertad pero los adolescentes están más
desorientados. Joan también percibe, con sorpresa, un aumento del machismo y el
sexismo que ilustra con esta anécdota: “Un día, haciendo clase de refuerzo a
alumnos de 2º de ESO, le pregunto a una de las chicas, con poca afición a las
matemáticas: “¿Qué harás para saber si te han calculado bien el aumento de
sueldo o la rebaja de un ordenador que quieres comprar?” La chica parecía
convencida. “Usaré la calculadora”. “De acuerdo, pero en la calculadora tendrás
que poner los datos tú misma, ella no los sabe sola...” Se queda parada, piensa
y responde triunfante: “¡Se lo preguntaré a mi marido!” Estas anécdotas me
hacen pensar que con la democracia estamos haciendo escuelas mixtas pero no
coeducación.”
Joan se confiesa un poco desanimado, después
de tantos años de trabajo, de lucha para mejorar la enseñanza... ¡y aparece la
LOMCE! En broma dice que lo hace rejuvenecer: volvemos a los currículos
cerrados, a la memorización, a las reválidas, a la religión evaluable, a la
segregación por clase social y capacidad intelectual... un poco como la
enseñanza bajo el franquismo. Pero ahora quizá ya no haya la ilusión de los
últimos años de dictadura y primeros de democracia.
El tema que más preocupa a Joan es la
segregación del alumnado por motivo de condiciones socioeconómicas. En cada
ciudad hay un centro gueto donde se reúnen todas las familias en riesgo de
marginación social. Joan opina que las administraciones no han querido
intervenir porque creen que los votantes lo quieren así, o tienen miedo de la
respuesta social si se intentara distribuir equilibradamente al alumnado en
centros sostenidos con fondos públicos (públicos y concertados). A Joan también le sorprende y le parece
vergonzoso que en pleno siglo XXI se prohíban los móviles en lugar de usarlos
como una herramienta más pero, de nuevo, advierte contra el riesgo de aumentar
las desigualdades. ¡Deben compensarse!
Antes Joan pensaba que la escuela podía
cambiar el entorno, la sociedad y las familias. Ahora solamente confía en
ayudar a cambiar personas y que sean estas las que, con el tiempo, transformen
el mundo. Los maestros también son ciudadanos que deben implicarse en el cambio
para transformar las condiciones sociales. Recurre a Freire para apoyar su afirmación: “El buen
profesional de la educación que no lucha por ampliar su espacio político y el
de su entorno, que no lucha socialmente para mejorar su situación y la de los
miembros de su comunidad educativa o renuncia a la lucha por los derechos y
deberes de la ciudadanía, trabaja, en realidad, en contra de la eficacia
profesional.”
Emociones y sentimientos“Considero un aspecto básico entender la importancia de las emociones presentes en los procesos de aprendizaje. Las personas somos a la vez razón y sentimiento y en las escuelas se debe tener en cuenta.¿Y las relaciones que se establecen con el alumnado? Maestros con alumnos, maestros entre ellos, alumnos entre ellos. Dependiendo del clima del aula los aprendizajes irán mejor o peor. A aquel maestro que logra establecer una relación de empatía con su alumnado seguro que le funcionará bien la clase. El aprendizaje es un proceso cognitivo pero basado en las emociones.En muchos cursos de formación que he dado, desde el primer día de clase recomendaba un libro “La experiencia emocional de enseñar y aprender”, que imagino seguirá agotado. Lo aprovechaba, en algún momento de los diálogos, para leer un corto párrafo:“Los profesores son personas como todas: piensan, sienten, aman, se cansan, sufren, gozan. Todo el proceso de enseñanza-aprendizaje incluye estos sentimientos. Si el papel del psicopedagogo no lo tiene en cuenta su tarea será poco útil. Toda la actuación del psicopedagogo debería estar enfocada a ayudar a contener las angustias del resto de profesores. Y, si es necesario, animar a cambiar las actitudes. ¿O no?”He procurado trabajar de esta manera a lo largo de mis años de profesión y recomiendo tener muy en cuenta los sentimientos, que toda persona que se dedica a la enseñanza y a la educación vive y siente durante toda su vida.”
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